lunes, 1 de septiembre de 2014

“Todo artista es un imitador”, bien sea de sus sueños oníricos, de la realidad que interpreta según sus percepciones o simplemente de lo que ve. Dentro de estos artistas encontramos tres tendencias: a lo apolíneo –imágenes idealizadas, se interpreta la realidad según los ideales sociales de belleza-, lo dionisiaco –una reinterpretación de nuestra realidad, busca develar una verdad inexistente, no interesa el prejuicio social, solo la satisfacción de sus sueños oníricos-, y ambos –equilibrio entre lo dionisiaco y apolíneo, embriaguez consciente-.

En el Bosco, podemos notar según su contexto que su obra es moralizante, adoctrina en un mundo de analfabetismo y educa en la religión cristiana; existe una necesidad constante de mostrar que puede suceder a nuestras almas sino obramos según lo indican los preceptos cristianos y como ellas se encuentran en una lucha constante de dominar un cuerpo propenso a la tentación.

Bosch se encuentra dominado por ambas pulsiones apolínea y dionisiaca, en donde lo apolíneo no responde a esas imágenes bellas y de formas perfectas, pero si responde a un hambre de moralidad presentes en él; en cuanto a lo dionisiaco podríamos decir que se encuentra completamente embriagado de su extrema piedad, de su técnica, la cual se sale de todo ideal renacentista de mimetismo y belleza, de sus obras religiosas llenas de simbolismos que se nos muestran como una verdad oculta que debe ser descifrada, nos dice cómo debemos salvarnos y cuál es el camino a dios.

Un ejemplo de esto es la obra “la mesa de los siete pecados capitales”.

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